Friday, May 15, 2009

Cómo Juan fue Devorado por las Ranas

Estaba acostado, contemplando la solemne inmensidad del cerúleo cielo, entre gigantes de color marino, y entre pequeños y escurridizos entes; absorto en sus pensamientos. Sentía cómo, en sus pulmones, entraba el aroma del pasto que irrumpía en su ser y luchaba por encontrar un lugar en lo más profundo de su cuerpo. Podía oír su respiración, constante y lenta.

De repente, cientos de haces de luz verde empezaron a invadirlo. Trepaban sin piedad su cuerpo, desgarrando su ropa y sus pensamientos, mientras sus brazos se tullían y dejaban de reaccionar ante los cientos de golpes que acogían sin más remedio. Sus piernas se volvieron de piedra y se resquebrajaron ante la presión de las invasoras, y con un quejido sordo, se transformaron en arena, blanca como la nieve, que poco a poco el viento arrastró sin piedad. Se sintió extrañamente aliviado. Se percató de cómo su cabello se enredaba en la maleza a su alrededor, y cómo ésta se aprovechaba del dulce puente entre ellos para atraparlo en un abrazo apasionado, del cual jamás se pudo liberar. Alcanzó su corazón a palpitar una última vez antes de convertirse en una telaraña de barro y hojas secas, y es así cómo llegó al fin de su corta existencia.

Nadie lo lloró. Sólo el roble, impasible, lloró su ausencia.

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