Friday, June 26, 2009

Jamás volvió

Lo estaba mirando, como lo había hecho tantas veces, cuando no quería hundirse en su propio mundo; cuando él estaba allí, tan perfecto, tan idóneo para ser visto. Y hoy, hoy no era la excepción, él se encontraba allí, con su saco de lana, sus zapatos gastados, y su gorra azul, intercalando miradas hacia la eternidad y ojeadas al libro de turno. Era tan divertido verlo, era un solaz extraño que había hallado una tarde de Abril, cuando se encontraba sentado frente a él, y sin siquiera darse cuenta, le vio por vez primera. Nunca se había atrevido a hablarle, ¿para qué dañar tan hermoso sueño, tanta perfección, con palabras que ni sabía decir? Nunca, y no planeaba hacerlo.

Lo seguía mirando. Se empezó a preguntar qué pasaría por la cabeza de tan extraño ser.

Se percató de que él se movía, y de la nada, sus miradas se encontraron. Vio sus ojos, y ya no pudo bajar su mirada. Se quedaron el uno frente al otro, con casi un campo de fútbol de distancia entre ellos, atónitos, sorprendidos por tan extraño suceso, por esa mirada que simplemente se había escabullido y que ahora los aprisionaba a los dos. Ya nadie más existió, sólo existía para ellos la sombra del otro, la sombra y nada más. Sin dejar de mirarlo, él se paró. Se acercaba lentamente, y con cada paso que daba su corazón se agitaba aún más. Sonaban las suaves pisadas en el pasto mojado y verde, y de repente, se sentó a pocos centímetros suyos. Ni un sólo segundo dejó de mirarlo, y no pronunció palabra alguna. Simplemente se sentó a observarlo y a recorrer con sus dulces ojos la inmensidad de los suyos.

Sonrió. Y se dejó llevar por su mirada, que llevada de un fino hilo tejido con su respiración se supo un beso. Cerraron sus ojos, y se dejaron llevar por el deseo, por el calor que sus cuerpos despedían. Suspiró entonces, y supo morir en los brazos del otro. Él se levantó y se fue. Jamás volvió, quizá nunca estuvo.

Wednesday, June 24, 2009

Hundiéndote, hundiéndome.

Veo en su mirada la tristeza y la melancolía de un niño pequeño. ¿Qué mira? ¿Acaso qué objeto tiene el honor de ser escogido por él como objeto de sus pensamientos y de sus ilusiones, quién, acaso, se roba sus pensamientos y el calor de su mirada?

Tu cara no está rígida, sin embargo, no es cálida como las otras veces. Qué no daría por saber qué estás pensando, y saber el porqué de tus labios apretados, de tu mirada perdida. Quizá todo sea una ilusión perpetuada por ti, Sueño mío, Sueño ajeno. No puedo más que pensar que esos ojos nunca fueron míos, que no era yo quien te hacia sonreír, que simplemente todo fue una ilusión que me encargué de tejer, y que tú mantuviste de manera perfecta, casi sin que me diese cuenta, cual si fueses un actor, ese excelente actor que eres.

Lo veo, lo dejaré ir, es verdad... pero por ahora, me hundiré en el vértigo de las memorias llenas de arena y de sal de una lágrima derramada.

Thursday, June 11, 2009

Una Mala Despedida a una Gran Habitación

Hoy me encuentro aquí sentado en el lugar que mejor conozco, mi habitación. Hoy, la dejaré para no volver. La veo por última vez, y observo con cierta melancolía cada uno de los centímetros del cuarto, sin sorprenderme, ya que los tengo grabados con tinta indeleble en mi mente, y jamás podré olvidar los. Es increíble que me mude, que mañana no entraré por esta misma puerta, a este mismo espacio, ni a esta misma casa, este hogar; pero aun así tendré que aceptar la innegable verdad, habré de cerrar este intenso ciclo.

Mi mirada empieza a recorrer el piso, que se abriga del frío con una gruesa manta de polvo y pedazos de papeles, envoltorios de dulces y puntas de lápices rotas. Me acuerdo de cómo, hace ya más de dos años, tuvimos que cambiar la horrible alfombra (triunfo personal, eso sí) ya quemada muchas veces por la plancha -que yo mismo me encargaba de plantar en el piso cuando su cara ya ardía con un hermoso color naranja (ese naranja característico de los atardeceres), sólo para disfrutar cuando la lana se chamuscaba y se retorcía en sollozos ahogados bajo la inclemente superficie de metal hirviendo-, por baldosas que imitaban la madera (muy mal, por cierto, pero a mi madre parecían gustarle... je, pensar que ahora tiene 50 metros cuadrados de madera cortada y hecha piso para su disfrute). Sentado en el piso, recorro ahora las paredes, sucias, pintadas y rotas, y disfruto de cada una de las permanentes marcas en ellas, siendo yo el autor de todas ellas, y todas ellas guardando detrás su propia historia. Me acuerdo de cuando pegué en la pared (con cinta cuyo rastro de pegante industrial todavía se distingue si lo miras a la luz, y en una lengua que solo yo comprendía (ya que me encantaba crear mis propias lenguas)) la fecha en que "me cuadré" con mi primera, y hasta ahora única, novia... Ella solía ser tímida, pero cuando hablábamos era como si dentro de sí tuviese cientos de cosas e historias increíbles para contar. Era un amor de niños, nada serio, pero marcó mi vida. Y ahora, cada vez que veo la pared (que ya no volveré a observar jamás), no puedo evitar que una sonrisa se esboce en mi cara.

Me detengo a contemplar la luz que despide mi bombillo; incluso ahora que me voy, lo sigo odiando. Cuántas noches tratando de leer recostado en mi cama dejó de cumplir con su labor de iluminar, y lo oscureció todo. Hoy trataré de perdonarlo, fingiré hacerlo, para después poder reírme de su mala ubicación de nuevo.

No puedo creer que sea tan grande. Siempre me pareció que mi cuarto era demasiado pequeño, pero ahora, sin los estorbosos muebles, veo cuan grande es en realidad. (Supongo que no soy el único que lo ha notado, pero igual, me siento especial). Siento cómo se escurre lentamente una lágrima por mi mejilla, como si mi cuerpo luchara con desespero para dejar un rastro más, una huella más profunda en este sitio. Recuerdo las muchas veces que lloré, solo y encerrado, en mi cama; no sólo soy yo quien mejor conoce mi cuarto, es él quien más me conoce a mí también. Ahora ya no es una sola, son muchas las gotas de rocío salado que se precipitan hacia su final destino. Lo extrañaré sin duda, pero me dispongo a salir por la puerta que tantas veces me sintió entrar; y a dejar atrás todos los recuerdos de una infancia que no fue mía, de un lugar que para mí ya no existirá más en el momento en que pise fuera de él.

Maldito

Estás tarde, como siempre, y lo peor es que no puedo sino esperarte. Desearía poder irme, poder pararme y dejar atrás la gran edificación de ladrillos que tengo a mi espalda. No entiendo por qué siempre llegas tarde, y puede sonar muy al estilo de los que cogen el dentífrico por la parte de abajo pero, es horrible cuando llegas tarde. Me sabes ínfimo, lo sé, detestable quizá. No comprendo por qué me afecta tanto, por qué no lo puedo racionalizar (para de esa manera encontrar un pequeño alivio en la comodidad de la razón sin fundamentos). Quizá estés perdido... no, conoces muy bien el centro de esta ciudad como para perderte; quizá... ¿un trancón?, quizá. Tal vez sea un compromiso (claro, ¿quién soy yo para hacer parte de tus prioridades?)...

¿Por qué no llamas? ¿Por qué no me haces saber de tu existencia?... cuarenta y un minutos y sigues tarde, prontamente será una hora... Maldito sea el tiempo que de ti me separa. Maldito seas tú, amor mío. Maldito.

...

... Y así ser el suspiro que sale cual paloma blanca de tu boca, y viaja por el tiempo, por cientos de campos de fresas con olor a rosa, y que luego se posa en la rosa abierta de mi pecho, esa rosa que irremediablemente dejar ir el vino de la vida, la sangre que por tanto tiempo ansió recorrer tu cuerpo, que ahora recorre el mío, y así ser música, ser pasión, ser un nosotros, no un yo, no un tú, ser polvo de tiempo...

Se sentía pesado

Hace tiempo que no encontraba él, en un día como este, una pereza que se le pareciera...

Se sentía pesado, increíblemente pesado, como si durante la noche cientos de pequeñas arañas metálicas hubiesen tejido telarañas por todo su cuerpo. Veía cómo el mundo se movía a su alrededor, y se sorprendía de cuan fugaces eran las sombras y las luces que fluían, cual río vertiginoso, por los bordes de su balsa de madera, de su cama de pino y roble. Ese día especial su lecho se sentía sumamente placentero. Sus suaves manos, hechas de algodón, seda blanca y fibras sintéticas lo acariciaban como jamás lo habían hecho. El suave roce se podía comparar con el de una hermosa mujer tropical con olor a fruta. El colchón, más bien yacija, en la cual se encontraba postrado hace ya más de medio siglo, ese día, en vez de repudiarlo, lo abrazaba, lo sabía suyo. Por fin, después de tantos años, se podían aceptar mutuamente. Podían por fin vivir -o para ser más exactos, morir- en paz.

Ese día de tanta pereza , de tanta pereza por seguir luchando en vano por la vida, pudo encontrar el descanso que tanto había perseguido en vida, pero que hoy se le presentaba tierno, entre las mantas azuladas de la dulce muerte.

Cine

Me siento extraño. No sé por qué, pero siento en mi interior una soledad, un vacío, que me carcome las entrañas. Siento como si un torrente de agua gélida fuese lo que por mis venas corre, y no la dulce tibieza de la sangre. Siento su presencia, pues está a tan sólo centímetros de mi cuerpo, sin embargo, él no está conmigo, y yo, no estoy más que con un cadáver, frío, extraño, inmisericorde. Su cuerpo no busca al mío, y decido no buscar el suyo, pues es como si ante la danza de luces frente a nosotros, yo cesase de existir. Tengo ganas de que por mis mejillas empiecen a recorrer las cientos de miles de pequeñas hormigas de agua salada que ya tan bien conocen las asperezas de mi piel, y que tanto me han acompañado estos días, mas no, no lo haré. Quiero mantener mi estúpida y pétrea imagen. El viento se lleva la triste reminiscencia de mi interior de hielo, pero mi cara sigue firme. No. No lloraré por ti, no. No frente a ti.

Thursday, June 4, 2009

Just One More Chance

Hace ya un tiempo quise escribir bajo el manto del insomnio y en inglés. Hasta ahora vuelvo a encontrar este escrito, así que, "enjoy".

And so it happened. He came to my door, wearing that dirty white shirt, those old and ragged shoes I quite hated, that hat (oh! that stupid hat that sickens me), and in his right hand a sad rose that slowly died. He was there, he was really there, and I couldn't believe it. He had promised so many times that he'd come, so many nights did I wait awake for him to knock on my door, waiting for him to appear suddenly; and now that he was there my mind couldn't find a logical explanation to what was happening. He was soaked, as well as I, the only difference was that I wasn't wearing any clothes. Why was he there? Why, after so much time, was he standing right before me, piercing with his glance my naked body and my frightened soul? Why now, when I had finally believed my own lie, thought my own illusion to be true?
He kept on glancing me. It was frustrating, and I loved it. He decided to step in, but I stopped him, gently pushing him backwards with my long and fragile fingers, and I felt how his chest –where my hand was placed– relinquished to move on. He now focused on my hands, and I felt his warm stare on every fiber of it. I felt how he longed to hold those hand he had held on his so many times before, so many times before, so many times… He started to drive his eyes from my hand up, until he paused when he reached my eyes again. His crimson lips called me, his unshaved beard recited my name, his hands couldn’t repress the hope of touching me one more time; he desired me. His chest breathed once more, and this time he broke my strain, and came rushing in like he had done the first time, when we met on the classroom and played as if life was to end the next day. He held me on his arms, and reached for my lips…
It all happened; we fought in a game of naked bodies, in a game of hands and lips, all night long. All night long did we die and find rebirth in each other’s existence; all night long did we hand ourselves to the fantastic illusion of love, of fake passion, of something we knew we would never find, not again, not after this night.
I woke up. He was there. He slept while I studied his body, inch by inch, like if it was the first time I saw it. I knew I had killed him. I didn’t feel any remorse; there wasn’t any feeling that could enter my heart in that moment, for it was cold, as his was. No love, no sadness, no faked passion, no hate. Where was I? What time was it? I stood up, and reached for the door as I remembered with a lingering misery his face the night before, he was smiling. He was smiling. He had never smiled, not even once. Did he know he was going to die that night? Did he smile because he would finally die in the arms of one who loved him once? Did he smile because I, and only I, was going to kill him? I left the room, undressed, and opened the window that led to the balcony. There was I, a single human, a single sinner. And so, I jumped to the emptiness of Paris.

--His body didn’t produce any sound when it reached the pavement...

-- Those that die because of an empty love were never alive in the first place.