Wednesday, July 15, 2009

Rouge

Estoy aquí, sentado en una silla que no es mía, en un mundo que no me ha visto sino hasta hoy y que probablemente no me volverá a ver jamás. Estoy sentado aquí, oyendo la dulce y aguda voz, marcada por el acento de la tierra de llanuras extensas, petróleo y fuertes convicciones políticas, de una mujer que no conozco, pero que siento me conoce a mí. Mi espalda se encuentra adolorida, mis ojos cansados, mis ánimos indecisos y en el corazón tengo la leve sensación de que algo no anda bien.

Leo para que el tiempo pase más rápido. Funciona por unos cuantos minutos, pero luego ese gigante de cerúleos ojos se tuerce y se desdobla, haciendo que mis segundos parezcan horas, y las horas no pasen. Parece que he estado sentado aquí toda mi vida, ya reconozco cada centímetro de este rojo salón, adornado con un lúgubre candelabro que proyecta su débil luz sobre el mantel color helado de vainilla con un poco de salsa de chocolate, ya gastado por el uso, e impregnado con ese característico olor de mesa de hotel. Me encuentro entre paredes pintadas de rojo pálido, y entre tapetes de la misma tonalidad adornados con arabescos extraños que le dan un aire de infinidad al piso. Conozco la cara amable de la que está sentada a mi lado derecho, su mirada fija en el cuaderno que ha sido su ventana al mundo de afuera, su solaz perdido entre este mundo de "Responsabilidad Social" y de caras de empresarios importantes, algunos dobles, otros de buen corazón. Me pregunto de dónde viene, y qué hace aquí, quizá ella haga lo mismo, no lo sabré nunca, es probable. Sigo aquí, contemplando el dorado del gigante que se asoma por entre las ranuras del centro, siendo el protagonista tácito de este salón lleno de preocupaciones y de pancartas publicitarias, cuyos colores se mezclan con la cara amable y un poco fingida de los demás expositores y de la mía.

Se oyen sonidos de porcelana que se golpetea y se cae, no se ha roto nada, lo sé, el estrépito no es grande. Extraño el color del sol, su calor en mi nuca, y quiero salir de aquí, sin embargo, estoy atado por mis propias palabras y promesas. Promesas, qué palabra más hipócrita, más vacía y sin embargo llena de un significado que muchos ni siquiera conocen, y cuyos ojos se nublan con una nube negra y marina sin conocer. "Promesas", y cuántos vástagos de una misma madre. "Promesas rotas", "promesas eternas", "promesas vacías", "promesas esperanzadoras"... cuántas promesas y cuánta mentira.

Sentada está en la esquina, donde el color de las paredes recuerda aquél descrito en los libros de fantasías, la negra sangre, que no es negra por color sino por su significado. Sentada se encuentra, sola, contemplando su ventana al mundo. La observo, y no nota mi mirada inquisitoria, y sin embargo se la ve aburrida. Qué curioso es cuando un personaje que no conoces hace más de 6 horas logra entrar en tu mente, así sea por un día, y no se va. Su cabello castaño con iluminaciones de color oro gastado cae delicadamente sobre su chaqueta negra de paño, que abierta está y deja ver si sencillo vestido de rayas del mismo color de la chaqueta y de su "contra parte colorífica"...

¿Qué pasa? Me llaman. -Tú- ha dicho desde el otro lado del sanguíneo salón una mujer de facciones fuertes y zapatos negros. Siento en mi estómago una mezcla de sensaciones extrañas, entre ellas un vacío insensato que reconozco como hambre. No he comido, lo recuerdo ahora, desde que llegué acá con mi mochila y mis tenis (que de por sí contrastaban horriblemente con la imagen general del carísimo hotel) buscando el salón en el que ahora me encuentro. -Ven acá.- dice. Me levanto con el computador en las manos y cuatro celulares en mis bolsillos que ahora pesan más de lo que sentía antes, gracias a la fuerte voz de la dama que me llama. Me deslumbra la cantidad de personas que frente a mí visualizo ahora que puedo ver claramente qué hay detrás de las puertas de madera oscura y melancólica que hace ya más de 4 horas he estado viendo frente a mí. Es un mar de trajes y adornos para el cabello. Un mar rojo de personas cuyas atenciones todas están fijas en el personaje un tanto cómico, pero muy serio, que habla frente a ellos con sus manos puestos en el tejido compartimiento (seguro de seda) del saco que lleva puesto, y que deja entrever la hermosa corbata color carmesí de este anciano valiente que se enfrenta a la cara de las cientos de sombras aquí reunidas. Su voz, suave y senil, y con pésimo acento anglosajón retumba en las paredes altas cual gigantes que observan, inclementes, la congregación de almas en pena que hoy se encuentran fuera de su casa y en mansión ajena. Camino por entre las mesas, tratando de localizar al hombre de traje negro (como si no hubieran de por sí decenas de ellos entre estas cuatro paredes) que me dirá en que mesa me he de sentar, evadiendo las miradas de los presentes a la reunión. Me deslizo, cauteloso, por entre las mesas, mis movimientos fluidos y suaves (me siento como si fuese una presa que huye de una víbora hambrienta) hasta llegar al cabello corto, ancha espalda y zapatos de charol negros que decidirá mi destino por ahora. Me muestra una silla vacía en una de las muchas mesas, cercana está a la pared y me siento en el acto. No digo nada, no quiero decir nada.

De repente se acerca a mí un caballero con una bandeja que deslumbra al verla llena de cosas que logro distinguir fácilmente. Se le nota cansado, y un poco desilusionado. Le dedico un dulce "gracias" cuando me sirve al frente la deliciosa comida, y su cara se ilumina con una gran sonrisa. Devoro de prisa y tratando de mantener las apariencias (qué estupidez, lo sé, pero quiero hacerlo, sólo para probarme a mí mismo). Pareciera que este ser, con sólo un gesto, ha alegrado mi día. Sigo escuchando al ponente, y cuando ya me veo hastiado de su charla me decido por volver a recorrer la habitación (esta vez con pasos marcados, apurando el paso y haciendo bastante ruido) y llegar a las puertas que dan a la habitación contigua, donde me espera aquella dama de vestido negro.

Se nota preocupada, y al ver que me reprocharía luego el no haberle dedicado unas cuantas palabras, me le acerco y con mi suave voz pronuncio las palabras que han de desatar en ella un gran torrente de desahogos y de palabras sin sentido. La escucho atentamente, ya que siempre es bueno escuchar cómo se sacan del pecho las horrorosas espinas que va creando la vida. Al empezar a hablar ya no puede parar, se le nota cuánto tiempo se ha quedado callada, como hasta hace poco lo estaba y como de seguro, sin mi intervención, hubiese seguido. Una vez más soy el saco de arena.

Todo ha acabado ya. Salgo del salón de reflejos color vino tinto, a las calles cuyo ruido extrañé, y que ahora disfruto de manera extraña. Subo a un taxi y me dispongo a enfrentar de nuevo una tarde más de las muchas otras que he tenido que vivir con el simple recuerdo de un amor frustrado y con la esperanza de algún día encontrarme en una silla que sea mía, leyendo un libro junto al alma solitaria que comparta su soledad conmigo. Es una esperanza más, en un saco de lana tejido por el pobre destino.

Tuesday, July 7, 2009

Este devenir de posibilidades...

En este devenir de posibilidades y aprendizajes muchas veces creemos que las casualidades del destino y los giros inesperados del mismo nos forman como personas, y creemos que todo el mundo siempre trata de hacernos crecer como seres humanos, ¿cierto?

Pues, resulta que últimamente me he estado cuestionando mucho sobre la veracidad del último párrafo. No sé por qué, pero es así. Y la inexistencia del tiempo no ayuda. Se supone que el tiempo ayuda a curar todas las heridas, pero... ¿qué si el tiempo no existe, se podrán sanar algún día todas las heridas de este corazón roto, de este cuerpo débil y frágil que pretende ser de hierro? De nuevo, no lo sé.

Perdona, hoy me siento un poco sentimental, y no puedo evitarlo. Huir de los problemas y de tus propios pensamientos es un grave error, creo. Y es que... son tantas cosas, tantas vivencias, tantas situaciones incómodas y esas hermosas miradas, esos besos, y su forma de ser que me hicieron a...m... no no quiero seguir pensando en ello. Realmente quisiera sacarle de mi mente, pero... lo siento, hoy me sé sentimental.

Hoy vi a mi hermana llorar, la vi sufrir tremendamente por un amor que por muchísimo tiempo la hizo infinitamente feliz. Y yo, yo no quiero caer en ese sufrimiento. ¿Por qué tiene que ser la felicidad tan efímera? ¿Acaso, acaso es que no nos merecemos ser felices? ¿Por qué es la vida tan injusta con una persona tan valiosa y hermosa como ella? No lo comprendo... realmente, me turba.