Thursday, June 11, 2009

Una Mala Despedida a una Gran Habitación

Hoy me encuentro aquí sentado en el lugar que mejor conozco, mi habitación. Hoy, la dejaré para no volver. La veo por última vez, y observo con cierta melancolía cada uno de los centímetros del cuarto, sin sorprenderme, ya que los tengo grabados con tinta indeleble en mi mente, y jamás podré olvidar los. Es increíble que me mude, que mañana no entraré por esta misma puerta, a este mismo espacio, ni a esta misma casa, este hogar; pero aun así tendré que aceptar la innegable verdad, habré de cerrar este intenso ciclo.

Mi mirada empieza a recorrer el piso, que se abriga del frío con una gruesa manta de polvo y pedazos de papeles, envoltorios de dulces y puntas de lápices rotas. Me acuerdo de cómo, hace ya más de dos años, tuvimos que cambiar la horrible alfombra (triunfo personal, eso sí) ya quemada muchas veces por la plancha -que yo mismo me encargaba de plantar en el piso cuando su cara ya ardía con un hermoso color naranja (ese naranja característico de los atardeceres), sólo para disfrutar cuando la lana se chamuscaba y se retorcía en sollozos ahogados bajo la inclemente superficie de metal hirviendo-, por baldosas que imitaban la madera (muy mal, por cierto, pero a mi madre parecían gustarle... je, pensar que ahora tiene 50 metros cuadrados de madera cortada y hecha piso para su disfrute). Sentado en el piso, recorro ahora las paredes, sucias, pintadas y rotas, y disfruto de cada una de las permanentes marcas en ellas, siendo yo el autor de todas ellas, y todas ellas guardando detrás su propia historia. Me acuerdo de cuando pegué en la pared (con cinta cuyo rastro de pegante industrial todavía se distingue si lo miras a la luz, y en una lengua que solo yo comprendía (ya que me encantaba crear mis propias lenguas)) la fecha en que "me cuadré" con mi primera, y hasta ahora única, novia... Ella solía ser tímida, pero cuando hablábamos era como si dentro de sí tuviese cientos de cosas e historias increíbles para contar. Era un amor de niños, nada serio, pero marcó mi vida. Y ahora, cada vez que veo la pared (que ya no volveré a observar jamás), no puedo evitar que una sonrisa se esboce en mi cara.

Me detengo a contemplar la luz que despide mi bombillo; incluso ahora que me voy, lo sigo odiando. Cuántas noches tratando de leer recostado en mi cama dejó de cumplir con su labor de iluminar, y lo oscureció todo. Hoy trataré de perdonarlo, fingiré hacerlo, para después poder reírme de su mala ubicación de nuevo.

No puedo creer que sea tan grande. Siempre me pareció que mi cuarto era demasiado pequeño, pero ahora, sin los estorbosos muebles, veo cuan grande es en realidad. (Supongo que no soy el único que lo ha notado, pero igual, me siento especial). Siento cómo se escurre lentamente una lágrima por mi mejilla, como si mi cuerpo luchara con desespero para dejar un rastro más, una huella más profunda en este sitio. Recuerdo las muchas veces que lloré, solo y encerrado, en mi cama; no sólo soy yo quien mejor conoce mi cuarto, es él quien más me conoce a mí también. Ahora ya no es una sola, son muchas las gotas de rocío salado que se precipitan hacia su final destino. Lo extrañaré sin duda, pero me dispongo a salir por la puerta que tantas veces me sintió entrar; y a dejar atrás todos los recuerdos de una infancia que no fue mía, de un lugar que para mí ya no existirá más en el momento en que pise fuera de él.

No comments:

Post a Comment