Monday, August 3, 2009

Hoy.

Y qué buen día ha sido hoy, un día que no pensé que llegaría. Aún ansío el día de hoy, como si en verdad no hubiese pasado, como si todavía la realidad no me abofeteara para aclararme que, efectivamente, sucedió.

Gracias, finalmente ocurrió.

Wednesday, July 15, 2009

Rouge

Estoy aquí, sentado en una silla que no es mía, en un mundo que no me ha visto sino hasta hoy y que probablemente no me volverá a ver jamás. Estoy sentado aquí, oyendo la dulce y aguda voz, marcada por el acento de la tierra de llanuras extensas, petróleo y fuertes convicciones políticas, de una mujer que no conozco, pero que siento me conoce a mí. Mi espalda se encuentra adolorida, mis ojos cansados, mis ánimos indecisos y en el corazón tengo la leve sensación de que algo no anda bien.

Leo para que el tiempo pase más rápido. Funciona por unos cuantos minutos, pero luego ese gigante de cerúleos ojos se tuerce y se desdobla, haciendo que mis segundos parezcan horas, y las horas no pasen. Parece que he estado sentado aquí toda mi vida, ya reconozco cada centímetro de este rojo salón, adornado con un lúgubre candelabro que proyecta su débil luz sobre el mantel color helado de vainilla con un poco de salsa de chocolate, ya gastado por el uso, e impregnado con ese característico olor de mesa de hotel. Me encuentro entre paredes pintadas de rojo pálido, y entre tapetes de la misma tonalidad adornados con arabescos extraños que le dan un aire de infinidad al piso. Conozco la cara amable de la que está sentada a mi lado derecho, su mirada fija en el cuaderno que ha sido su ventana al mundo de afuera, su solaz perdido entre este mundo de "Responsabilidad Social" y de caras de empresarios importantes, algunos dobles, otros de buen corazón. Me pregunto de dónde viene, y qué hace aquí, quizá ella haga lo mismo, no lo sabré nunca, es probable. Sigo aquí, contemplando el dorado del gigante que se asoma por entre las ranuras del centro, siendo el protagonista tácito de este salón lleno de preocupaciones y de pancartas publicitarias, cuyos colores se mezclan con la cara amable y un poco fingida de los demás expositores y de la mía.

Se oyen sonidos de porcelana que se golpetea y se cae, no se ha roto nada, lo sé, el estrépito no es grande. Extraño el color del sol, su calor en mi nuca, y quiero salir de aquí, sin embargo, estoy atado por mis propias palabras y promesas. Promesas, qué palabra más hipócrita, más vacía y sin embargo llena de un significado que muchos ni siquiera conocen, y cuyos ojos se nublan con una nube negra y marina sin conocer. "Promesas", y cuántos vástagos de una misma madre. "Promesas rotas", "promesas eternas", "promesas vacías", "promesas esperanzadoras"... cuántas promesas y cuánta mentira.

Sentada está en la esquina, donde el color de las paredes recuerda aquél descrito en los libros de fantasías, la negra sangre, que no es negra por color sino por su significado. Sentada se encuentra, sola, contemplando su ventana al mundo. La observo, y no nota mi mirada inquisitoria, y sin embargo se la ve aburrida. Qué curioso es cuando un personaje que no conoces hace más de 6 horas logra entrar en tu mente, así sea por un día, y no se va. Su cabello castaño con iluminaciones de color oro gastado cae delicadamente sobre su chaqueta negra de paño, que abierta está y deja ver si sencillo vestido de rayas del mismo color de la chaqueta y de su "contra parte colorífica"...

¿Qué pasa? Me llaman. -Tú- ha dicho desde el otro lado del sanguíneo salón una mujer de facciones fuertes y zapatos negros. Siento en mi estómago una mezcla de sensaciones extrañas, entre ellas un vacío insensato que reconozco como hambre. No he comido, lo recuerdo ahora, desde que llegué acá con mi mochila y mis tenis (que de por sí contrastaban horriblemente con la imagen general del carísimo hotel) buscando el salón en el que ahora me encuentro. -Ven acá.- dice. Me levanto con el computador en las manos y cuatro celulares en mis bolsillos que ahora pesan más de lo que sentía antes, gracias a la fuerte voz de la dama que me llama. Me deslumbra la cantidad de personas que frente a mí visualizo ahora que puedo ver claramente qué hay detrás de las puertas de madera oscura y melancólica que hace ya más de 4 horas he estado viendo frente a mí. Es un mar de trajes y adornos para el cabello. Un mar rojo de personas cuyas atenciones todas están fijas en el personaje un tanto cómico, pero muy serio, que habla frente a ellos con sus manos puestos en el tejido compartimiento (seguro de seda) del saco que lleva puesto, y que deja entrever la hermosa corbata color carmesí de este anciano valiente que se enfrenta a la cara de las cientos de sombras aquí reunidas. Su voz, suave y senil, y con pésimo acento anglosajón retumba en las paredes altas cual gigantes que observan, inclementes, la congregación de almas en pena que hoy se encuentran fuera de su casa y en mansión ajena. Camino por entre las mesas, tratando de localizar al hombre de traje negro (como si no hubieran de por sí decenas de ellos entre estas cuatro paredes) que me dirá en que mesa me he de sentar, evadiendo las miradas de los presentes a la reunión. Me deslizo, cauteloso, por entre las mesas, mis movimientos fluidos y suaves (me siento como si fuese una presa que huye de una víbora hambrienta) hasta llegar al cabello corto, ancha espalda y zapatos de charol negros que decidirá mi destino por ahora. Me muestra una silla vacía en una de las muchas mesas, cercana está a la pared y me siento en el acto. No digo nada, no quiero decir nada.

De repente se acerca a mí un caballero con una bandeja que deslumbra al verla llena de cosas que logro distinguir fácilmente. Se le nota cansado, y un poco desilusionado. Le dedico un dulce "gracias" cuando me sirve al frente la deliciosa comida, y su cara se ilumina con una gran sonrisa. Devoro de prisa y tratando de mantener las apariencias (qué estupidez, lo sé, pero quiero hacerlo, sólo para probarme a mí mismo). Pareciera que este ser, con sólo un gesto, ha alegrado mi día. Sigo escuchando al ponente, y cuando ya me veo hastiado de su charla me decido por volver a recorrer la habitación (esta vez con pasos marcados, apurando el paso y haciendo bastante ruido) y llegar a las puertas que dan a la habitación contigua, donde me espera aquella dama de vestido negro.

Se nota preocupada, y al ver que me reprocharía luego el no haberle dedicado unas cuantas palabras, me le acerco y con mi suave voz pronuncio las palabras que han de desatar en ella un gran torrente de desahogos y de palabras sin sentido. La escucho atentamente, ya que siempre es bueno escuchar cómo se sacan del pecho las horrorosas espinas que va creando la vida. Al empezar a hablar ya no puede parar, se le nota cuánto tiempo se ha quedado callada, como hasta hace poco lo estaba y como de seguro, sin mi intervención, hubiese seguido. Una vez más soy el saco de arena.

Todo ha acabado ya. Salgo del salón de reflejos color vino tinto, a las calles cuyo ruido extrañé, y que ahora disfruto de manera extraña. Subo a un taxi y me dispongo a enfrentar de nuevo una tarde más de las muchas otras que he tenido que vivir con el simple recuerdo de un amor frustrado y con la esperanza de algún día encontrarme en una silla que sea mía, leyendo un libro junto al alma solitaria que comparta su soledad conmigo. Es una esperanza más, en un saco de lana tejido por el pobre destino.

Tuesday, July 7, 2009

Este devenir de posibilidades...

En este devenir de posibilidades y aprendizajes muchas veces creemos que las casualidades del destino y los giros inesperados del mismo nos forman como personas, y creemos que todo el mundo siempre trata de hacernos crecer como seres humanos, ¿cierto?

Pues, resulta que últimamente me he estado cuestionando mucho sobre la veracidad del último párrafo. No sé por qué, pero es así. Y la inexistencia del tiempo no ayuda. Se supone que el tiempo ayuda a curar todas las heridas, pero... ¿qué si el tiempo no existe, se podrán sanar algún día todas las heridas de este corazón roto, de este cuerpo débil y frágil que pretende ser de hierro? De nuevo, no lo sé.

Perdona, hoy me siento un poco sentimental, y no puedo evitarlo. Huir de los problemas y de tus propios pensamientos es un grave error, creo. Y es que... son tantas cosas, tantas vivencias, tantas situaciones incómodas y esas hermosas miradas, esos besos, y su forma de ser que me hicieron a...m... no no quiero seguir pensando en ello. Realmente quisiera sacarle de mi mente, pero... lo siento, hoy me sé sentimental.

Hoy vi a mi hermana llorar, la vi sufrir tremendamente por un amor que por muchísimo tiempo la hizo infinitamente feliz. Y yo, yo no quiero caer en ese sufrimiento. ¿Por qué tiene que ser la felicidad tan efímera? ¿Acaso, acaso es que no nos merecemos ser felices? ¿Por qué es la vida tan injusta con una persona tan valiosa y hermosa como ella? No lo comprendo... realmente, me turba.

Friday, June 26, 2009

Jamás volvió

Lo estaba mirando, como lo había hecho tantas veces, cuando no quería hundirse en su propio mundo; cuando él estaba allí, tan perfecto, tan idóneo para ser visto. Y hoy, hoy no era la excepción, él se encontraba allí, con su saco de lana, sus zapatos gastados, y su gorra azul, intercalando miradas hacia la eternidad y ojeadas al libro de turno. Era tan divertido verlo, era un solaz extraño que había hallado una tarde de Abril, cuando se encontraba sentado frente a él, y sin siquiera darse cuenta, le vio por vez primera. Nunca se había atrevido a hablarle, ¿para qué dañar tan hermoso sueño, tanta perfección, con palabras que ni sabía decir? Nunca, y no planeaba hacerlo.

Lo seguía mirando. Se empezó a preguntar qué pasaría por la cabeza de tan extraño ser.

Se percató de que él se movía, y de la nada, sus miradas se encontraron. Vio sus ojos, y ya no pudo bajar su mirada. Se quedaron el uno frente al otro, con casi un campo de fútbol de distancia entre ellos, atónitos, sorprendidos por tan extraño suceso, por esa mirada que simplemente se había escabullido y que ahora los aprisionaba a los dos. Ya nadie más existió, sólo existía para ellos la sombra del otro, la sombra y nada más. Sin dejar de mirarlo, él se paró. Se acercaba lentamente, y con cada paso que daba su corazón se agitaba aún más. Sonaban las suaves pisadas en el pasto mojado y verde, y de repente, se sentó a pocos centímetros suyos. Ni un sólo segundo dejó de mirarlo, y no pronunció palabra alguna. Simplemente se sentó a observarlo y a recorrer con sus dulces ojos la inmensidad de los suyos.

Sonrió. Y se dejó llevar por su mirada, que llevada de un fino hilo tejido con su respiración se supo un beso. Cerraron sus ojos, y se dejaron llevar por el deseo, por el calor que sus cuerpos despedían. Suspiró entonces, y supo morir en los brazos del otro. Él se levantó y se fue. Jamás volvió, quizá nunca estuvo.

Wednesday, June 24, 2009

Hundiéndote, hundiéndome.

Veo en su mirada la tristeza y la melancolía de un niño pequeño. ¿Qué mira? ¿Acaso qué objeto tiene el honor de ser escogido por él como objeto de sus pensamientos y de sus ilusiones, quién, acaso, se roba sus pensamientos y el calor de su mirada?

Tu cara no está rígida, sin embargo, no es cálida como las otras veces. Qué no daría por saber qué estás pensando, y saber el porqué de tus labios apretados, de tu mirada perdida. Quizá todo sea una ilusión perpetuada por ti, Sueño mío, Sueño ajeno. No puedo más que pensar que esos ojos nunca fueron míos, que no era yo quien te hacia sonreír, que simplemente todo fue una ilusión que me encargué de tejer, y que tú mantuviste de manera perfecta, casi sin que me diese cuenta, cual si fueses un actor, ese excelente actor que eres.

Lo veo, lo dejaré ir, es verdad... pero por ahora, me hundiré en el vértigo de las memorias llenas de arena y de sal de una lágrima derramada.

Thursday, June 11, 2009

Una Mala Despedida a una Gran Habitación

Hoy me encuentro aquí sentado en el lugar que mejor conozco, mi habitación. Hoy, la dejaré para no volver. La veo por última vez, y observo con cierta melancolía cada uno de los centímetros del cuarto, sin sorprenderme, ya que los tengo grabados con tinta indeleble en mi mente, y jamás podré olvidar los. Es increíble que me mude, que mañana no entraré por esta misma puerta, a este mismo espacio, ni a esta misma casa, este hogar; pero aun así tendré que aceptar la innegable verdad, habré de cerrar este intenso ciclo.

Mi mirada empieza a recorrer el piso, que se abriga del frío con una gruesa manta de polvo y pedazos de papeles, envoltorios de dulces y puntas de lápices rotas. Me acuerdo de cómo, hace ya más de dos años, tuvimos que cambiar la horrible alfombra (triunfo personal, eso sí) ya quemada muchas veces por la plancha -que yo mismo me encargaba de plantar en el piso cuando su cara ya ardía con un hermoso color naranja (ese naranja característico de los atardeceres), sólo para disfrutar cuando la lana se chamuscaba y se retorcía en sollozos ahogados bajo la inclemente superficie de metal hirviendo-, por baldosas que imitaban la madera (muy mal, por cierto, pero a mi madre parecían gustarle... je, pensar que ahora tiene 50 metros cuadrados de madera cortada y hecha piso para su disfrute). Sentado en el piso, recorro ahora las paredes, sucias, pintadas y rotas, y disfruto de cada una de las permanentes marcas en ellas, siendo yo el autor de todas ellas, y todas ellas guardando detrás su propia historia. Me acuerdo de cuando pegué en la pared (con cinta cuyo rastro de pegante industrial todavía se distingue si lo miras a la luz, y en una lengua que solo yo comprendía (ya que me encantaba crear mis propias lenguas)) la fecha en que "me cuadré" con mi primera, y hasta ahora única, novia... Ella solía ser tímida, pero cuando hablábamos era como si dentro de sí tuviese cientos de cosas e historias increíbles para contar. Era un amor de niños, nada serio, pero marcó mi vida. Y ahora, cada vez que veo la pared (que ya no volveré a observar jamás), no puedo evitar que una sonrisa se esboce en mi cara.

Me detengo a contemplar la luz que despide mi bombillo; incluso ahora que me voy, lo sigo odiando. Cuántas noches tratando de leer recostado en mi cama dejó de cumplir con su labor de iluminar, y lo oscureció todo. Hoy trataré de perdonarlo, fingiré hacerlo, para después poder reírme de su mala ubicación de nuevo.

No puedo creer que sea tan grande. Siempre me pareció que mi cuarto era demasiado pequeño, pero ahora, sin los estorbosos muebles, veo cuan grande es en realidad. (Supongo que no soy el único que lo ha notado, pero igual, me siento especial). Siento cómo se escurre lentamente una lágrima por mi mejilla, como si mi cuerpo luchara con desespero para dejar un rastro más, una huella más profunda en este sitio. Recuerdo las muchas veces que lloré, solo y encerrado, en mi cama; no sólo soy yo quien mejor conoce mi cuarto, es él quien más me conoce a mí también. Ahora ya no es una sola, son muchas las gotas de rocío salado que se precipitan hacia su final destino. Lo extrañaré sin duda, pero me dispongo a salir por la puerta que tantas veces me sintió entrar; y a dejar atrás todos los recuerdos de una infancia que no fue mía, de un lugar que para mí ya no existirá más en el momento en que pise fuera de él.

Maldito

Estás tarde, como siempre, y lo peor es que no puedo sino esperarte. Desearía poder irme, poder pararme y dejar atrás la gran edificación de ladrillos que tengo a mi espalda. No entiendo por qué siempre llegas tarde, y puede sonar muy al estilo de los que cogen el dentífrico por la parte de abajo pero, es horrible cuando llegas tarde. Me sabes ínfimo, lo sé, detestable quizá. No comprendo por qué me afecta tanto, por qué no lo puedo racionalizar (para de esa manera encontrar un pequeño alivio en la comodidad de la razón sin fundamentos). Quizá estés perdido... no, conoces muy bien el centro de esta ciudad como para perderte; quizá... ¿un trancón?, quizá. Tal vez sea un compromiso (claro, ¿quién soy yo para hacer parte de tus prioridades?)...

¿Por qué no llamas? ¿Por qué no me haces saber de tu existencia?... cuarenta y un minutos y sigues tarde, prontamente será una hora... Maldito sea el tiempo que de ti me separa. Maldito seas tú, amor mío. Maldito.